¿Sabíais que en 2017 el 21,6% de la población española estaba en riesgo de pobreza? (9.950.000 personas en aquel entonces). Un porcentaje que en los últimos 3 años tan solo ha disminuido un 0,9%.

Ese mismo año, La Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales publicó un informe en el que se hablaba del estado social de la nación. Según datos recogidos de este mismo, el 33,7% de la población tiene dificultades o muchas dificultades para llegar a final de mes. Además, el 2,6% de los hogares no pueden permitirse algunos alimentos de uso diario, lo que hace que para muchas personas de este país llevar un alimentación adecuada sea imposible.

Estas familias con escasos recursos económicos, pertenecen a las clases sociales bajas. Lo datos anteriormente mencionados, reflejan una realidad, y es que estas personas están mucho más expuestas a deficiencias nutricionales que las clases sociales altas.

En el artículo de hoy, indagaremos en la influencia que tiene sobre nuestros hábitos alimenticios, pertenecer a una determinada clase social. Ponte cómoda y… ¡VAMOSS ALLÁ!

La calidad de la alimentación

Durante los últimos años, la influencia que tiene el estatus socioeconómico en los hábitos alimenticios de las personas ha sido notablemente estudiada. Los distintos índices que nos indican ese estatus: ocupación, educación y niveles de ingresos, han demostrado tener efectos similares a nivel nutricional aunque actúen de manera independiente.

Generalmente, cuanto menor sea la educación, los niveles de ingresos o el puesto de trabajo de una persona, menor será su estatus social. Viéndose más afectada su alimentación por una menor disponibilidad de alimentos saludables, o incluso por la imposibilidad de realizar actividad física. Ya que muchas veces no se analizan los hábitos, pero estos juegan un papel fundamental. Incluso nuestro estado anímico condiciona la forma en la que comemos. Si nuestra situación socioeconómica no es buena, tendremos una carga a nivel psicológico que repercutirá directamente en la forma en la que nos alimentamos.

En un estudio que analiza estas perspectivas, se revisan los datos de estudios epidemiológicos en los que se ha encontrado una relación causal entre el desarrollo de enfermedades relacionadas con la alimentación y el pertenecer a una clase social baja. (1)

En este, se explican los alimentos a los que las personas con estatus socioeconómico bajo tienen mayor alcance. Son en su mayoría aquellos que contienen abundantes azúcares añadidos, grasas trans o harinas refinadas, los cuales no solo son fácilmente accesibles en cualquier tienda, sino bastante más baratos en comparación a otros. Además, es común entre estas clases el excesivo uso de alimentos precocinados, debido al escaso tiempo para cocinar en el día a día. Por otra parte, se ha visto que la cesta de la compra de las personas pertenecientes a clases sociales altas, contiene una amplia variedad de alimentos: frutas, verduras, legumbres, huevos, pescados, frutos secos…

En múltiples investigaciones, se ha visto que los alimentos ricos en azúcares añadidos y grasas trans tienen una gran cantidad de energía. Sin embargo, aunque sean densos energéticamente, contienen pocos micronutrientes o macronutrientes de calidad, lo que hace que estas calorías sean prácticamente vacías. Las frutas, las verduras, las legumbres, o los frutos secos entre otros, son todo lo contrario, poseen gran cantidad de micronutrientes necesarios para nuestro organismo. Es por ello que las personas con un alto estatus socioeconómico suelen gozar de una mejor alimentación, ya que disponen de recursos para adquirir gran variedad de alimentos, tendiendo a la elección de aquellos que son mucho más sanos.

Así lo refleja esta investigación, en la que se analizaron los hábitos alimentarios de más de 5000 personas, y a las que posteriormente se le midieron los niveles de varios micronutrientes.

En ella se comprobó que las personas con pocos recursos, consumían menor cantidad de vegetales o pescados y mayor cantidad de patatas, pasta blanca, comida frita, o azúcares. Además, los análisis posteriores reflejaron que los niveles de Hierro, Calcio, Vitamina A y Vitamina D eran más bajos en las personas pertenecientes a clases sociales bajas.(2)

Estas deficiencias en micronutrientes pueden llegar incluso a afectar a las recién nacidas:

En la ciudad de Londres, se realizó un estudio en el que se investigaba el estado nutricional de madres embarazadas pertenecientes a diferentes clases sociales, y posteriormente se comparaba con el peso al nacer de su bebé.

Al finalizar la investigación, las científicas observaron que había madres que presentaban un mal estado nutricional en todos los estratos sociales. Sin embargo, el número de mujeres con desnutrición iba decreciendo conforme se aumentaba en la escala social. En cuanto al peso de los bebés, los que menos pesaban eran los de aquellas madres con un peor estado nutricional, que por lo general, pertenecían a clases sociales bajas .(3)

Por lo tanto, concluyeron que el estatus socioeconómico afectaba a la alimentación de las embarazadas, y en consecuencia al futuro desarrollo de los bebés.

El privilegio de las dietas

Como ya hemos visto anteriormente, pertenecer a una clase pudiente hace que la calidad de nuestra alimentación pueda ser mejor. Sin embargo, el trasfondo de la mejora nutricional no es puramente económico. Cuando te puedes permitir una amplia variedad de alimentos y la necesidad básica del hambre está saciada, surge la preocupación estética. Cosa que en las clases bajas no sucede, ya que no importa llevar una dieta saludable o no, simplemente la necesidad de alimentarse.

Por tanto es muy común que muchas personas con un alto estatus socioeconómico, sigan planificaciones dietéticas en la que se incluyan alimentos saludables y se reduzcan aquellos con azúcares libres o grasas trans, para así mantenerse en forma.

Independientemente de que el motivo por el que quieran estar saludables sea estético (como ya hemos hablado en otros artículos), es muy injusto que sea mucho más accesible para las personas pudientes. La clase obrera apenas tiene la posibilidad de plantearse si su forma de comer es saludable o no. Son muchas las preocupaciones, sobre todo a nivel económico. Incluso hay personas que tienen que hacer frente a situaciones de exclusión social, que reduce sus posibilidades de ganar dinero para comer. Esto hace que el problema estético de mantenerse en forma, sea una ínfima parte de sus preocupaciones.

No solo es cuestión de calidad…

Cuando oímos hablar de cómo las desigualdades sociales influyen en nuestros hábitos alimentarios, pensamos en la calidad de la dieta. Consumo de menos micronutrientes, mala elección de productos… Sin embargo, lo que mucha gente no tiene en cuenta es la problemática de la cantidad. El hambre es un peligro real, que cada vez es más frecuente incluso en los países occidentales.

Hace un tiempo me llegó una historia de Instagram de un nutricionista e influencer muy famoso de este país. En dicha historia, criticaba a una organización que había donado alimentos a gente sin recursos, porque la mayoría de estos alimentos eran ricos en azúcares añadidos, grasas trans y harinas refinadas (galletas, bollería, etc…). En dicha historia, afirmaba que para darles eso mejor que no les dieran nada.

OK, somos conscientes de que estos alimentos no son los más saludables, ¿¿¿Pero en serio se va a anteponer eso a la necesidad básica de alimentarse???

Este supuesto «profesional» con tantísimos seguidores suelta eso y se queda tan tranquilo. Claro, desde su posición privilegiada en la que puede permitirse comer de todo es muy fácil criticar este hecho. En situaciones de escasez de recursos NO puede primar la calidad a la cantidad, esas personas necesitan comer, aunque los alimentos no sean los más óptimos.

Conclusión final

La población de nuestro planeta crece a un ritmo descontrolado, lo que hace que cada vez sea más difícil acceder a una alimentación adecuada. La producción de alimentos actual, en unos años será insuficiente, por lo que la industria produce de manera más rápida incrementando cada vez más los precios. Esto está provocando que para algunas personas la alimentación deje de ser un derecho, y pase a ser un lujo que no se pueden permitir.

Porque sí, recordemos que la alimentación es un derecho humano básico y fundamental, cosa que en muchos países NO se está cumpliendo. Las grandes organizaciones mundiales se hacen los ciegos ante una realidad que ocurre en sus propias narices.

Estos son los frutos de lo que hemos sembrado. Llevamos años sumidos en una sociedad super capitalista. El objetivo es obtener el máximo beneficio económico posible. Una gigantesca rueda guiada por los más ricos y poderosos y que aplasta todo a su paso. Nos engañan haciéndonos creer que hay mejoras económicas en ciertos indicadores, pero es lo de siempre: los ricos se hacen más ricos mientras el riesgo de exclusión, la precariedad y las desigualdades siguen aumentando.

Mientras la rueda siga girando, todas las consecuencias de este sistema seguirán afectándonos en nuestra vida diaria, dañando nuestra alimentación entre otros aspectos. La solución es complicada pero está bien clara: acabar con el sistema.

Hasta entonces, hay que agradecer iniciativas como las recogidas de alimentos o comedores sociales, acciones muy importantes destinadas a luchar contra este problema cada vez más frecuente en nuestra sociedad.

REFERENCIAS:

(1) Darmon N, Drewnowski A. Does social class predict diet quality? Am J Clin Nutr. 2008 May;87(5):1107-17. doi: 10.1093/ajcn/87.5.1107. PMID: 18469226.

(2) Bruna Galobardes, Alfredo Morabia, Martine S Bernstein, Diet and socioeconomic position: does the use of different indicators matter?, International Journal of Epidemiology, Volume 30, Issue 2, April 2001, Pages 334–340, https://doi.org/10.1093/ije/30.2.334

(3) Wynn, S. W., Wynn, A. H. A., Doyle, W., & Crawford, M. A. (1994). The Association of Maternal Social Class with Maternal Diet and the Dimensions of Babies in a Population of London Women. Nutrition and Health9(4), 303–315. https://doi.org/10.1177/026010609400900406

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